martes, 19 de noviembre de 2013

UNA CAFETERÍA Y UNA CANCIÓN MUY ESPECIAL



Todos queremos ser amados, y todos queremos enamorarnos. ¿Pero realmente creemos que vamos a encontrar el amor? Es curioso, lo que el mundo realmente ama, es una buena historia de amor. Por eso yo, las colecciono.

Nos encontramos en la Cafetería Kismet, un coffebar de carretera americano. Situado no muy cerca del centro de Nueva York, más en las afueras, lejos de los altos rascacielos que tanto fama dan a la ciudad. Allí, junto a su tío John, trabaja Marta. Que bella señorita, puede parecer una simple camarera pero canta, ¡ohh, como canta! como los ángeles... créanme, yo lo se. Marta amaba escribir canciones, aún cuando le daba vergüenza cantarlas. Esa voz, la de una princesa atrapada en un cuerpo que no es el suyo, algo increíble de escuchar, una voz que podía llevarte al cielo desde cualquier lugar. De verdad, había nacido para cantar.

Durante su actuación diaria, yo solía escucharla desde la puerta, mi ropa sucia y vieja no era muy agradable para su tío, aún así, ella me permitía mendigar cerca de su puerta y cuándo su tío no estaba, me invitaba a una taza de café caliente siempre acompañada de un croassant que me sabía como si hubiese sido horneado en el mismo paraíso. 
Un día mientras ella cantaba vi acercarse a un joven y sacudí mi sombrero para que lo escuchara, no hizo caso pero insistí y se lo puse delante, me sonrió, sacó su cartera y me dio un par de dólares. Entró en la cafetería y se sentó al lado de la ventana. Marta, seguía cantando, pero al verlo entrar algo diferente noté en su voz, algo que solo aquellas personas que tanto tiempo llevan escuchándola cantar podrían percibir, no eran nervios, tampoco tristeza o alegría, era diferente, sonaba más dulce, era como el amor. Algo había despertado ese chico en ella, que pobre, cantaba sin que él levantara su cabeza del libro que había traido. Que extraño, hasta el más insensible sentiría algo al escuchar esa voz. El joven, se quedó una larga hora, sentado, leyendo sin levantar la cabeza, y cuando creyó que era suficiente, se levantó y se marchó.

Al día siguiente, casi a la misma hora, mientras ella cantaba, ese joven volvió a aparecer. Repitió todos los pasos, no hizo caso de mi sombrero hasta que se lo puse delante, entró y se sentó solo a leer. Ese día tampoco escuchó a Marta, no apartaba sus ojos de ese dichoso libro. La chica lo miraba siempre al cantar, como esperando que quizás en algún momento sus letras pudiesen hacerle levantar su cabeza. Veréis, para Marta no se trataba sólo de cantar la canción correcta, sino cantársela a la persona correcta. 

Uno de esos días pero, el joven entró acompañado, iba con un amigo y se sentaron uno frente al otro, que sorpresa y felicidad sentí cuando observé a los dos hablando mediante signos, pobre chico, no se trataba de su pasotismo o insensibilidad, era sordo, ¿qué otra razón podía haber para no reaccionar ante tal música? Lo entendí todo. Me sentía en deuda con esa jovencita, debía ayudarle, miré mi sombrero, me puse todo el dinero en el bolsillo y salí en busca de un libro, uno que pudiera juntarlos como así marcaba el destino. Al día siguiente, cuando su tío no estaba, entré pedí un café y le dejé el libro en la barra, antes de que pudiese despedirme con su sonrisa habitual, desaparecí. Hay momentos de la vida en que necesitamos un poco de ayuda.

Volví al día siguiente, no a pedir dinero, no a mendigar... a ver esa historia de amor hacerse realidad. Marta estaba más animada de lo normal, sabía que había leído el libro, "Aprender a hablar mediante signos", era una chica lista, había captado el mensaje seguro. Colocó el micrófono delante suyo sujeto a un palo y empezó a cantar. Las luces se apagaron, pero una, tan solo una permaneció encendida, la de ese joven, aquel que tan loca la tenía. El chico levantó la cabeza y le miró a los ojos. Al ver que ella cantaba y usaba signos para dirigirse a él, sonrió, dejó de un lado el libro y no dejó de mirarla en toda la canción, al terminar, le hizo un gesto para que fuera a sentarse con él. Ella era feliz, y él pronto lo sería. Siguió esa luz encendida, iluminándolos, como si de una estrella se tratase mientras se reían y se miraban, había amor allí, mucho amor. Marta le cantó, Tú iluminas toda la sala y ni siquiera lo sabes, esto es todo lo que puedo hacer, dejarte solo, pero no me traigas flores, te preocupas demasiado corazón, saber que me ves, es suficiente para mi. Podemos bailar por toda la cocina, a la luz de las velas, cuando el dinero se acabe quizás nos detengamos, pero tu iluminas todo el cuarto y ni siquiera lo sabes, esto es todo lo que puedo hacer, dejarte solo. Pero amor, ¿quién necesita chocolate o champagne? saber que me amas, es suficiente.

Algunas cosas en la vida las podemos obtener al 3 por 1, pero ese momento en el que alguien realmente escucha tu corazón, no tiene precio. Hay millones de historias de amor esperando pasar cada día. Suerte, destino, ¿quién sabe? Esto es solo una historia, yo soy Cupido y esto es Cupidity.

Disfruta el viaje y amarás el final.


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